A los siete años mi cuñado, Ariel, me llevó a la cancha por primera vez. La Fortaleza, en aquel entonces, era de madera y Lanús un equipo ignoto del Sur del Gran Buenos Aires que acababa de ascender. El clásico: Deportivo Español.
Sin embargo, aquella jornada no dejó más que un aburrido empate, una atajada fotográfica del arquero rival, un penal convertido por Shurrer (casaca número seis) y las estelares actuaciones de Fabri y Galetto.
Mi cuñado se esforzaba una y otra vez en explicarme que nuestro escudo era el más original y el color de nuestra camiseta la más hermosa combinación de tonos sobre la Tierra. Pero yo no me podía dejar de preguntar si meterme en un embrollo de este tipo valía la pena…
- De Lanús, decía yo.
- No, dale, en serio… ¿Y en primera?
Y me encontraba en ese dilema continuo de no saber si “yo era muy exquisito” o cierta gente demasiado ignorante. Hasta que un domingo 2 de diciembre de 2007, José Sand conecta un cabezazo con el parietal y… ¡Lanús Campeón! y las felicitaciones se hacen oír ahora desde todos los ecos.
Como todo judío fui víctima del prejuicio antisemita y en esa duda eterna sobre si “yo soy muy cerrado” o algunas personas tienen ciertos prejuicios, me quedé con lo segundo. Y supe que llegaría un día en que esos prejuicios desaparecerían y nuestro pueblo sería saludado y reconocido.
Gustavo José Schaposnik - 3/12/07
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