viernes, 11 de julio de 2008

Balada a la ingenuidad

Por Ilana Dayan – Maariv

Traducción de Lea Dassa - La Voz Joven


Una nación que todavía cree en la capacidad de la política de ser agente de cambio social, puede llevar a cabo en Noviembre próximo, la elección más emocionante de su historia.


La vendedora en el negocio de juegos de informática fue muy gentil, como era de esperar. Examinó detenidamente la montaña de juguetes que el pequeño Gonen preparó para nosotros en Israel. Le explicamos que en este negocio especial en América se cambian juguetes nuevos por usados. No supusimos ni por un momento que después de prolongados minutos, la vendedora nos sonreiría con una sonrisa correcta, y nos propondría 18 dólares por los 10 juegos extraordinarios (que en su momento nos costaron bastante). Decidimos renunciar. Y entonces, con increíble precisión casi en cámara lenta, nos abordó un hombre negro, esbelto y de hombros anchos, que venía a buscar juguetes para sus hijos. “Yo les ofrezco 40 dólares”, manifestó, y nosotros, casi sin aliento, le respondimos, “son suyos”. Los festejos por “la negociación de los juguetes de Gonen” continuaron por largos minutos. No todos los días una pareja de israelíes asalariados, tiene la ocasión de tener dividendos en un 220%, y además birlar al sistema. Sólo después de unos minutos manifesté mi opinión, de que el comprador ni siquiera examinó si había un CD en cada caja. El confió en nosotros, y supuso que de la misma forma nosotros hubiéramos confiado en él.

Nos tuvo confianza, y delego sobre los hombros de este simpático americano, a todo el ethos americano. La creencia en el hombre, en la fe de poder mejorar su vida, en la confianza en su derecho de buscar su propia felicidad, en la creencia de que la sociedad se erige sobre la base de la felicidad individual de sus ciudadanos.

Mientras yo cierro con mi nuevo amigo el negocio de mi vida, pensé de pronto que en realidad, le envidio por todo lo anterior. Sé positivamente que sobre esta ingenuidad americana básica, aflora también su lado menos luminoso: el capitalismo brutal y el aislamiento humano, el racismo y las diferencias abismales entre aquellos que tienen, de los que nunca tendrán. Esta ingenuidad americana fecunda el sueño americano, también el punto de vista cínico: el rico vivirá el sueño, el pobre seguirá soñándolo (y también creer – casi exento de envidia – que algún día vivirá como esas estrellas brillantes que aparecen en la televisión).

Pero esta ingenuidad, también les permite una vez cada diez o veinte años, permitir que un Barak Obama surja de la nada. Exactamente como Carter aterrizó en una oficina violácea directamente desde los campos de maníes; al igual que Clinton llegó al mismo sitio, desde las lejanas estepas de Arkansas.

Y pasaron tantos años desde que nosotros confiáramos en alguien nuevo, y tantas etapas de cinismo e incertidumbre, y desconfianza, frenan la capacidad de la política israelí de auto encontrarse a sí misma.
Por ello, envidié a mi amigo del negocio de computadoras: porque una nación que aún confía en la capacidad de la política de ser agente de cambio social, puede llevar a cabo en Noviembre próximo la elección más extraordinaria, espectacular y emocionante de su historia.

Barak Obama tiene una autobiografía casi de ficción, y un talento especial para contarla; con gran virtuosismo y habilidad, la convirtió el último año en una palanca política. Está muy consciente del potencial de su historia personal. Se reconoce casi en cada página de su autobiografía apasionante, que escribió cuando tenía sólo 33 años (“los sueños de mi padre”, así lo denominó) Se percibe cuando escribe sobre su abuela blanca, que no entendía porqué le prohibían hablar con el encargado de la limpieza negro, en la oficina donde ella trabajaba en Texas; cuando narra sobre la primera vez que llegó a Kenia, y el llanto nacido desde lo profundo de su corazón ante la tumba de su padre; cuando describe cómo de pronto, todo le resulta claro, y cesa de llorar: “ví mi vida en América – mi vida negra, mi vida blanca – todo está relacionado, entrelazado en este punto, en la segunda mitad del mundo...el dolor que sentí es el dolor de mi padre. Las preguntas fueron las de mi hermano. La lucha de ellos es el derecho a mi existencia”.

Hace algunas semanas, llegó a los estudios de David Latterman, la estrella de la sátira John Stuart. “¿América está madura para una presidenta mujer o un presidente negro?”, preguntó el anfitrión, y Stuart contestó rápidamente: “¿Acaso hace ocho años estábamos maduros para un presidente idiota?”.

América, por lo visto, no está madura para Obama. Pero yo apuesto a que mi amigo del negocio de computadoras, lo elegirá. No sólo porque es negro. Principalmente porque es ingenuo, en el sentido americano de la palabra.

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