Por Darío Sztajnszrajber *
Este artículo fue publicado en el Diario Clarín el jueves 27 de septiembre de este año.
Es un error creer que la identidad judía es una sola y congelada para siempre. En la Argentina, hoy hay tantos judíos como judaísmos. La multiplicidad, la fluidez y la apertura son los rasgos más notorios de quienes se sienten parte de esa tradición.
La vida judía cambia todo el tiempo. Cambia como el tiempo. Cambia porque es tiempo. La vida judía se manifiesta de modos diversos. Se manifiesta diversa, porque lo judío es diverso. La vida judía es mucho más que sus posibles definiciones conceptuales. Es cambiante, diversa e ilimitada. Es vida.
En los últimos años, en un mundo signado por profundas transformaciones identitarias, la vida judía en la Argentina se ha ido manifestando cada vez más diversa, rompiendo de este modo las posibilidades de fijación de parámetros rígidos para definirla.
Las definiciones que promueven la delimitación de la identidad judía sostienen categorías conceptuales que confrontan con la multiplicidad de opciones en las que se mueve hoy la vida judía argentina. Se ha ido produciendo un hiato cada vez más profundo entre las propuestas de integración conceptual y el desenvolvimiento de manifestaciones que se constituyen escapando de lo instituido.
De este modo, cualquier definición de lo judío no puede contemplar la diversidad propia de una vida judía que se desborda todo el tiempo.
La definición matrilineal (ley del vientre: judío es hijo de madre judía) deja afuera a los judíos de madre no judía; la definición patrilineal (hijo de padre judío) deja afuera a los judíos con un abuelo judío (ley del retorno). Pero todas éstas dejan afuera al judío por autoidentificación emocional, es decir, aquel que se autodefine como judío a partir de una elección vivencial y que no necesita de ninguno de los procesos de conversión oficiales. Aquel que se siente judío como parte de una tradición que lo constituye, y que la vive como lo que etimológicamente significa: transmisión. Una transmisión de vivencias, de valores, de emociones, de afectos, una transmisión de relatos y no de apego ciego a las reglas.
Hay tanta fragmentación en el mundo judío que la cuestión de la identidad deviene en un encorsetamiento excluyente: hay más judíos que judaísmos; esto es, toda definición de quién es judío siempre deja a muchos judíos afuera.
¿De qué estamos hablando? De acuerdo al Estudio sociodemográfico de población judía en Buenos Aires del 2004 realizado por el Joint, el 43% de los judíos que se autodefinen como tales se encuentra en pareja con un no judío (matrimonio exogámico o el mal llamado "matrimonio mixto"); y sólo el 18% cree que esta situación genera pérdida de identidad judía. Por otro lado, el 61% no asiste a ninguna organización judía; y el 71% se molesta cuando se dice que hay una forma "correcta" de ser judío.
El agua se escapa entre los dedos, la vida fluye más rápido que las formas. Estos números reflejan una diferencia, la presencia de una "otredad interior" que nos obliga a repensarnos. Hay una realidad que sobrepasa los formatos existentes para contener las experiencias vivenciales de lo judío. La vida judía cambia y es diversa. Mientras se continúe uniformando la manera correcta de ser judío, seguirá profundizándose la brecha entre la vivencia y la definición.
La autoidentificación no constituye una afirmación vacía, sino todo lo contrario: sentirse judío es sentirse parte de una huella que nos narra y que nos empuja a construir nuestros propios relatos. Ser judío es haberse descubierto en algún momento como parte de esa huella y hacerse cargo. Redescribirla, reformularla, resignificarla, amarla, pelearse con ella, perderle el respeto. Las definiciones fijan reglas, la vida transcurre en sus cambios.
El mundo judío vive la hermenéutica propia de un proceso por el cual los cambios en la vida judía impactan en las redefiniciones institucionales, y éstas, generan reposicionamientos en la primera. El adentro y el afuera son líneas movedizas, lo permitido y lo prohibido se automodifican mutuamente.
Y esta hermenéutica genera dos posibilidades: o bien el afianzamiento rígido a las definiciones dogmáticas, o bien la cada vez más profunda apertura de los contenidos que determinan quién es judío.
Hay algunos que eligen la opción por la certeza segura de los límites, mientras que hay otros que transformamos la cuestión de la identidad en una pregunta abierta. Como quien lee un texto. Como quien se lee como un texto. Como quien es parte del pueblo del libro.
* Darío Sztajnszrajber es docente de Filosofía en FLACSO, la UBA y el COLEGIO TARBUT y compilador del libro Posjudaísmo (Prometeo), que acaba de aparecer.
Este artículo fue publicado en el Diario Clarín el jueves 27 de septiembre de este año.
Es un error creer que la identidad judía es una sola y congelada para siempre. En la Argentina, hoy hay tantos judíos como judaísmos. La multiplicidad, la fluidez y la apertura son los rasgos más notorios de quienes se sienten parte de esa tradición.
La vida judía cambia todo el tiempo. Cambia como el tiempo. Cambia porque es tiempo. La vida judía se manifiesta de modos diversos. Se manifiesta diversa, porque lo judío es diverso. La vida judía es mucho más que sus posibles definiciones conceptuales. Es cambiante, diversa e ilimitada. Es vida.
En los últimos años, en un mundo signado por profundas transformaciones identitarias, la vida judía en la Argentina se ha ido manifestando cada vez más diversa, rompiendo de este modo las posibilidades de fijación de parámetros rígidos para definirla.
Las definiciones que promueven la delimitación de la identidad judía sostienen categorías conceptuales que confrontan con la multiplicidad de opciones en las que se mueve hoy la vida judía argentina. Se ha ido produciendo un hiato cada vez más profundo entre las propuestas de integración conceptual y el desenvolvimiento de manifestaciones que se constituyen escapando de lo instituido.
De este modo, cualquier definición de lo judío no puede contemplar la diversidad propia de una vida judía que se desborda todo el tiempo.
La definición matrilineal (ley del vientre: judío es hijo de madre judía) deja afuera a los judíos de madre no judía; la definición patrilineal (hijo de padre judío) deja afuera a los judíos con un abuelo judío (ley del retorno). Pero todas éstas dejan afuera al judío por autoidentificación emocional, es decir, aquel que se autodefine como judío a partir de una elección vivencial y que no necesita de ninguno de los procesos de conversión oficiales. Aquel que se siente judío como parte de una tradición que lo constituye, y que la vive como lo que etimológicamente significa: transmisión. Una transmisión de vivencias, de valores, de emociones, de afectos, una transmisión de relatos y no de apego ciego a las reglas.
Hay tanta fragmentación en el mundo judío que la cuestión de la identidad deviene en un encorsetamiento excluyente: hay más judíos que judaísmos; esto es, toda definición de quién es judío siempre deja a muchos judíos afuera.
¿De qué estamos hablando? De acuerdo al Estudio sociodemográfico de población judía en Buenos Aires del 2004 realizado por el Joint, el 43% de los judíos que se autodefinen como tales se encuentra en pareja con un no judío (matrimonio exogámico o el mal llamado "matrimonio mixto"); y sólo el 18% cree que esta situación genera pérdida de identidad judía. Por otro lado, el 61% no asiste a ninguna organización judía; y el 71% se molesta cuando se dice que hay una forma "correcta" de ser judío.
El agua se escapa entre los dedos, la vida fluye más rápido que las formas. Estos números reflejan una diferencia, la presencia de una "otredad interior" que nos obliga a repensarnos. Hay una realidad que sobrepasa los formatos existentes para contener las experiencias vivenciales de lo judío. La vida judía cambia y es diversa. Mientras se continúe uniformando la manera correcta de ser judío, seguirá profundizándose la brecha entre la vivencia y la definición.
La autoidentificación no constituye una afirmación vacía, sino todo lo contrario: sentirse judío es sentirse parte de una huella que nos narra y que nos empuja a construir nuestros propios relatos. Ser judío es haberse descubierto en algún momento como parte de esa huella y hacerse cargo. Redescribirla, reformularla, resignificarla, amarla, pelearse con ella, perderle el respeto. Las definiciones fijan reglas, la vida transcurre en sus cambios.
El mundo judío vive la hermenéutica propia de un proceso por el cual los cambios en la vida judía impactan en las redefiniciones institucionales, y éstas, generan reposicionamientos en la primera. El adentro y el afuera son líneas movedizas, lo permitido y lo prohibido se automodifican mutuamente.
Y esta hermenéutica genera dos posibilidades: o bien el afianzamiento rígido a las definiciones dogmáticas, o bien la cada vez más profunda apertura de los contenidos que determinan quién es judío.
Hay algunos que eligen la opción por la certeza segura de los límites, mientras que hay otros que transformamos la cuestión de la identidad en una pregunta abierta. Como quien lee un texto. Como quien se lee como un texto. Como quien es parte del pueblo del libro.
* Darío Sztajnszrajber es docente de Filosofía en FLACSO, la UBA y el COLEGIO TARBUT y compilador del libro Posjudaísmo (Prometeo), que acaba de aparecer.
0 comentarios. Déjenos su comentario:
Publicar un comentario