sábado, 1 de diciembre de 2007

¡Todos tienen razón!

Por Jorge Iacobsohn


Israel y su continuidad:
Ahmadinejad dice: "El estado de Israel tiene corta vida"
Olmert dice: "Si no hay solución de dos Estados, Israel se acaba"

Israel y su identidad:
Saeb Erekat, delegado palestino, dice: "Israel no puede seguir confundiendo Estado y Religión"
Olmert replica: "Todos los estados del mundo apoyan a una religión en particular, incluso los palestinos que en todas sus tendencias apoyan al Islam"

Es un momento interesante, porque TODOS tienen razón, pero todos esos

argumentos, considerados en sí mismos y aislados de los demás, son

falsos. Aquí propondremos un marco de comprensión histórico que

esclarezca la ubicación de las estrategias subyacentes en cada uno de

ellos.


Preludio: la guerra como padre de todas las cosas (Heráclito)


En la historia no existen la pureza y el maniqueísmo del bien y el mal:

antes bien, éstos son esgrimidos por los grupos de intereses (nacionales,

religiosos, políticos, económicos) como pretexto para sus acciones de

ofensiva y defensiva.


En lo real de la historia, primero está el poder y su estrategia, y su

discurso no es un reflejo directo porque forma parte de la estrategia que

también pueda no serlo. Los antiguos chinos lo han tenido mucho más claro en

su arte de la guerra: adoptar una posición (amistosa, negociadora, o sus

contrarios) no tiene que ver con una moral a la cual debamos adaptarnos,

sino con la correcta ubicación en un contexto de debilidad o fortaleza

frente al otro.


El paradigma guerrero occidental, al diferencia del chino, se forjó sobre

el molde mítico griego de la epopeya: el héroe, el revolucionario, el

mártir, son todas figuras que ensalzan una Acción con mayúsculas, que

consigue sus objetivos (en un sentido muy amplio: conquistas, proyecto de

vida, relaciones sociales) sin piedad, sin medida alguna, arriesgando la

muerte si es necesario. El paradigma chino, en cambio, considera

innecesario el forzamiento de la realidad para conseguir los objetivos,

incluso considera tonto perder la vida en una batalla, porque todas las

claves para el triunfo o la derrota la proporciona la situación y sus

relaciones de fuerza, y no la determinación moral del guerrero. Si la

situación es desfavorable, sólo cabe esperar. Si lo es, no hay que

precipitarse a la acción, sino trabajar para que los elementos de la

misma sean favorables.(1) Francois Jullien, Trarado de la Eficacia, Ed. Siruela


Las historias de héroes, buenos y malos, no solamente forman parte de la

mitología occidental, sino que sirven para uniformar a toda la opinión

pública masiva detrás de un objetivo de guerra, a veces esto se logra y a

veces no, y muchas veces los logros son efímeros porque "la mentira tiene

patas cortas": luego viene la "resaca". Como sucedió en la guerra de

Malvinas, en la de Irak, en la del Líbano, la mayoría de la población y

sus intelectuales las apoyan en su emprendimiento, y las defenestran en

su fracaso (algunos por no haber sido llevada a cabo más eficazmente, y

otros por haber sido inmoral, para nosotros estamos analizando desde una

perspectiva materialista, es lo mismo en términos históricos).


Por supuesto, cuando una situación (de victoria o de derrota) se

regulariza, la "opinión pública" siempre culpabiliza a un Otro enemigo de

su situación. La Europa actual -victoriosa- culpabiliza su inestabilidad

política a los inmigrantes pobres (derrotados por su colonialismo). Un

país periférico -derrotado- culpabiliza por su pobreza a un enemigo

imperialista. Ambos tienen razón, pero ¿qué hemos de decir, por ejemplo,

cuando atestiguamos que el oprimido colabora en su situación de opresión

desresponsabilizándola de ella y endilgándosela a su opresor? (este

siempre es el argumento preferido de los intelectuales de derechas).


Lo que sucede es que todas las razones -las del triunfador y las del

derrotado- son ciertas, porque lo son sólo parcialmente aunque se

enuncien como verdades totales. El problema es que no se puede desanudar

el problema de una situación despejando culpables claros y distintos

porque todos los actores cooperan en la CONTINUIDAD de esa situación, en

la REPRODUCCIÓN de sus roles (que pueden variar, unos en algún momento

pueden estar arriba en lugar de abajo, pero siempre de una manera,

digamos, "absoluta").


Israel como anomalía histórica


El pueblo judío, como todos los pueblos, ha sido a su manera partícipe de

los vaivenes de las guerras y sus resultados: victorias, derrotas,

alianzas.


Para entender su "lugar" singular en la historia (un pueblo varias veces

desterrado y vuelto a reconstruirse, por lo menos la historia registra

tres grandes momentos: el exilio persa, el exilio babilónico, el exilio

romano). Aparte de existir siempre, paralelamente al Estado, una diáspora

dispersa, lo que se repite de modo particular es cierta dialéctica del

destierro/exilio y retorno/restauración, que en la tierra de Medio

Oriente tiene consecuencias fuertes: destrucción total de la unidad

estatal-nacional-religiosa judía.


Si hemos de recurrir al historiador judeo-romano Flavio Josefo, quien

desde hace dos mil años antes describía con lujos de detalles la

situación geopolítica de Palestina-Israel, podríamos reflexionar

retrospectivamente, un poco poéticamente, que "geografía es destino": la

situación entre Israel y sus enemigos en la actualidad, en términos

materiales y lógicos de la guerra, no es muy diferente a la de la

antiguedad.



En la antigua Israel, la situación era constantemente inestable:

permanentes intrigas -internas y externas- mantenían en agitación

incesante su tierra y su gente. Rodeados de enemigos, sus aliados no eran

tampoco muy amistosos. En la ley de las conveniencias geopolíticas,

Israel (uno de los puentes entre Europa y el Oriente) nunca puede, si

quiere, jugar cartas propias -esto es, autonomía nacional con sus propios

intereses- los aliados, cuando les conviene, se alían con los enemigos y

borran del mapa a Israel. No sería extraño que en nuestra época Estados

Unidos en algúm momento, por cuestiones de su propia conveniencia, vaya a

dejar sola a Israel, obligándola a aliarse con otros imperios rivales y

sin tener garantías de sobrevivencia.


Esto es porque la sobrevivencia no está garantizada por nada, ni siquiera

la posesión de 200 bombas atómicas. No todo es fuerza, pero tampoco el

cálculo: la sobrevivencia es una combinación de ambas que necesitan ser

pensadas estratégicamente de modo continuo. Esa es la tarea asignada a

los militares, pero la historia no depende meramente de ellos.


Aquella "anomalía geográfica" forzó al pueblo judío a ser un pueblo "sin

patria" como muchos otros pueblos de la humanidad, pero conservando la

particularidad de ser un pueblo importante en términos demográficos y

culturales.


Hay quienes dicen que la creación del estado de Israel llegó tarde en la

modernidad: mientras todos los modernos se habían constituidos sobre la

base de la limpieza étnica, la homogeneización cultural y lingúistica,

cuando no religiosa (las condiciones básicas para la definición de

cualquier estado moderno), Israel tiene que realizar estas tareas en

Palestina de un modo imperfecto, clandestino, intermitente, teniendo como

contexto al mundo árabe que nunca lo aceptó y trabajó para evitar su

constitución, e incluso se alió a los nazis y británicos para evitar la

consolidación de las colonias judías en las décadas anteriores a 1948.


Y es aquí donde se entienden las declaraciones citadas al comienzo: un

estado judío, homogéneo y mayoritario en términos religiosos, no iba a

poder constituirse en el largo plazo, por más que se haya expulsado a

parte de la población árabe palestina antes de 1948, se los haya -en

complicidad con el mundo árabe- confinado a la condición de refugiados,

por más que haya derrotado militarmente a los estados árabes de la

región.

Y esto por varias razones: un pequeño estado no árabe en un continente

árabe y ligado a intereses diferentes -cuando no opuestos- a ellos no

puede subsistir. La población árabe del interior de Israel y de los

territorios es exponencialmente mayoritaria. La conservación de la

identidad religiosa judía del estado obliga a evitar lo que es

inevitable: la mezcla cultural y el dinamismo de la vida laica moderna,

generándose así una mirírada de conflictos intergrupales marcados

fuertemente por el odio.


Siendo la identidad y la continuidad de Israel algo frágil, puesto

siempre en entredicho, es lógico que Ahmadinejad, Olmert, Erekat tengan

razón, y el agua que quieren llevar para su molino siempre será poca por

su parcialidad.


Sin embargo, no hemos de desechar esos argumentos por su parcialidad. Al

contrario, ellos contienen las llaves para encarar los desafíos

contemporáneos. Cuando Saeb Erekat dice "no se puede seguir confundiendo

Estado y religión", no vale la respuesta "ad hominem", contestándole que

él como palestino también lo hace: hay que tomarlo como un problema real

a ser solucionado prácticamente, en lugar de demorar su solución que es

lo que se viene haciendo desde hace 50 años.


Lo mismo con lo que dice el odiado Ahmadinejad: un estado no puede estar

constantemente luchando por mantenerse étnicamente homogéneo, el tiempo

hace su trabajo final y es el que obligará a tomar las decisiones.

Sólo así se podrá hacer buen periodismo o buen análisis político, esto es,

valga la paradoja, dejar de hacer simplemente periodismo o análisis político sino abrir

el camino a soluciones creativas.

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