viernes, 25 de abril de 2008

Un buen momento para detenerse a pensar

Por Moshé Rozén

El calendario hebreo –en realidad, la tradición judía toda- lleva el sello del puente entre horas de congoja y de regocijo. En el momento de contraer enlace, la pareja rompe una copa: sus añicos rememoran la destrucción de Jerusalén, la derrota y el exilio.

La pascua hebrea (Jag Hapesaj) nos trae, año tras año, el relato de la salida de Egipto: Moisés lidera el regreso a casa de la grey judía, poniendo fín a la esclavitud en el imperio faraónico.
En Pesaj de 1943, las huestes hitlerianas, luego de vaciar el Gueto de Varsovia y transportar a miles de judíos rumbo a los campos de concentración y muerte, acrecentaron su cerco represivo contra un gueto debilitado, hambriento y golpeado por el destierro de sus pobladores. Pero la juventud judía, en la noche del “seder-pesaj”, la velada de festejo pascual, tomó las escasas armas de la insurrección y el legado libertario de la celebración, haciendo frente a la maquinaria bélica más poderosa de la historia moderna. Anilevich y sus compañeros cayeron la batalla contra el Reich, pero inscribieron un imborrable mensaje de esperanza para judíos y polacos, para la Humanidad en su conjunto: “por nuestra y vuestra libertad, por nuestra y vuestra dignidad”.
Nuestros días, como pueblo, oscilan en la dualidad de la esclavitud y el destierro, la rebelión y el aferrarse a la vida.
Se cumplen ahora 65 años de aquel 19 de abril, cuando la Organización Judía Combatiente sorprendió al ocupante alemán y a una Varsovia pisoteada por la soberbia nazi, sublevándose, otorgando sentido concreto y material al espíritu de Pesaj.
En este puente, en este calendario pendular, quisiera –como israelí-señalar dos momentos de fiesta que puden inspirar optimismo para quienes compartimos la búsqueda de un mundo sin guerras, sin amenaza y persecución.
Hace 30 años, un grupo de oficiales israelíes firmó una carta reclamando al primer ministro Beguin no desperdiciar la posibilidad de paz, no cerrar la puerta al diálogo: eran los días del presidente Sadat, de la iniciativa egipcia que rompió el hielo de la hostilidad entre esa república árabe –la primera que se animó a dar ese paso- y el Estado de Israel.
Esa carta (Mijtav Haktzinim) fue el acta fundacional de Paz Ahora (Shalom Ajshav), el movimiento que supo llenar plazas y calles de Israel con lo más auténtico de la idea sionista: la aspiración de una soberanía judía en convivencia –no en disputa- con otras reinvidicaciones nacionales.
Hay otra fecha, en estos días que cruzan Pesaj, Iom Hashoá veHagvurá (Día de Recordación del Holocausto y la Rebelión) y culminan con Iom Haatzmaut (Día de la Independencia de Israel). Se trata de una fecha que probablemente no sea significativa desde lo histórico, pero es muy trascendental para mí: si uds. me permiten, la comparto con uds.
Hace 35 años, el 24 de abril de 1973, arribó a Israel un contingente de jóvenes argentinos, militantes y educadores del Movimiento Hashomer Hatzair. Estos compañeros se radicaron en el sur de Israel, en la frontera con Egipto, en Nir-Itzjak, un kibutz que lleva el nombre de Itzjak Sadéh, comandante del Palmaj.
Desde entonces, Nir-Itzjak es nuestra casa y en ella nacieron nuestros hijos y ya comenzaron a nacer los primeros nietos.
Nuestros campos bordean el desierto de Sinaí: es posible que muchas de las escenas que uds. leen en las narraciones de Pesaj sobre el camino de Moisés y su grey desde Egipto, hayan transcurrido a metros de nuestra casa.
El kibutz, como otros kibutzim, como la ciudad de Sderot, supo de días de guerra y noches de terror. Pero sus habitantes estudian, trabajan, cultivan y cosechan en los campos del Neguev.
Que Pesaj, la fiesta de la libertad, sea - en Israel, en América Latina, en todas partes- un momento de reflexión, de reencuentro con su raigal significado: no someterse a la desesperanza y a la resignación.

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